Buscamos compartir con familiares y amigos, nuestro momento de “gloria”, pretenciosamente callando las ganas locas de gritar al mundo, que únicamente nosotros somos los elegidos para tal acontecimiento, formando parte incuestionable del arte, cultura y tradición de nuestro terruño.
Ignora también edades, vivencias y ausencias. Los recuerdos no tienen sonido, o tal vez sí, pero es un sonido reservado, íntimo, que atruena sólo cuando es compartido por los protagonistas y por aquellos que aun no formando parte del guión, aceptan de los actores principales, la grandilocuente y sin parangón exposición oral o visual, a cambio del deseo esperanzado y más breve posible en el tiempo de espera, de ser ellos los próximos narradores. No importa la confusión de lugares e incluso de fechas; los mayores, los de juventud acumulada, aun siendo gráfico el testimonio, no dudarán en reafirmar categóricamente, como Fuenteovejuna, que los documentos de los años 80, a modo de ejemplo, sean de la última hornada, es decir, más cercanos a los 90. Como mucho están dispuestos a aceptar el año de 1989, en un vanidoso intento de autoengaño y descrédito de su DNI, dejando una reservada y respetuosa réplica por aquellos algo más jovenes, cuya alopecia actual, en el mejor de los casos, el plateado de sus sienes, en contraste con aquellas melenas, reflejan indiscutiblemente un tiempo pasado irreversible para todos.
Lo realmente importante, no al alcance de todos, es saberse poseedor, valor intangible, de tan gratificante tesoro, como compensación a la libre elección de una forma de vida, donde el día a día se entremezcla la serena espera en el viejo banco de madera de quienes ya han recorrido su largo camino profesional, con la demorada asistencia de aquellos, a quienes aún tienen por carcelero al reloj, implacable ejecutor del paso del tiempo.
El aprendizaje técnico vocal, el placentero descubrimiento de nuevas canciones y la enseñanza constante, a veces repetitiva, y cómo no, en ocasiones cansina, marcan nuestro tiempo diario, donde a modo de trueque, intercambiamos, por la incomparable sensación de escuchar nuestra voz, compartida, arropada y engrandecida por las demás voces, como expresión vital de aflorar nuestra pasión por el canto.
El brazo derecho elevado, que no altivo; firme, con autoridad, que no autoritario, reclama la atención y marca el final a un tiempo cotidiano de conversaciones variopintas y comunicaciones diversas. Es el momento, el tiempo de quien tiene la ardua obligación de educar, y conducir nuestros confusos y básicos conocimientos, mostrando e inculcándonos todo su saber; respondiendo con rigurosidad a las exigentes dudas y apremiantes pretensiones de quienes nos creemos conocedores de un folclore musical, del cual, en la mayoría de los casos, sólo somos capaces de interpretar la elemental melodía; descubriendo y sorprendiéndonos con la complicada existencia de otras “voces”, y la realidad palpable de otras “cuerdas”, que significa indefectiblemente, que no sabemos nada.
El brazo izquierdo, corazón y alma, idóneo para matizar el sentimiento en busca del resultado magistral, es insuficiente si además no es propiamente “izquierdo”: condescendiente, tolerante, benévolo, contemporizador, e incluso mimador, a la vez que estricto y austero con las discordantes opiniones, que no sólo suponen una posible pérdida cuantitativa y cualitativa de componentes, sino un nuevo pulso en el que el único ganador es el tiempo.
Él debe estudiar más que los demas; él no puede faltar; él decide con quién contar y fundamentalmente qué cantar. Hablamos de nuestra casa, de nuestra agrupación, de la compleja labor de nuestros directores de ayer y nuestro director de hoy: José Ramón Ibáñez.
¡No escuchen aún el disco!
Las canciones que este disco contiene nos conducen por el mar y la montaña, reflejando la belleza de esta tierra, con un rotundo reconocimiento a las personas que con su trabajo en las labores del campo, del ganado, artesanales o en las faenas de la mar, la engrandecen; una tierra donde hay espacio y tiempo para la alegría, fiesta y romería; para el deporte autóctono, los bolos, y por supuesto todo ello salpicado del embrujo amoroso repartido entre los actores de un escenario, nuestra tierra Cantabria, donde se mantiene viva la tradición, con férrea devoción por sus Madres protectoras.
En este prólogo escrito, y hasta aquí, se ha repetido y recalcado trece veces la misma palabra: tiempo; con la intencionalidad de que ustedes, se tomaran con calma su tiempo antes de escuchar este disco, y disfrutaran más aún del tiempo al oirlo, con el deseo de acaparar todo su tiempo, para decirles, que este, nuestro sexto disco, no es un disco más. Es un disco donde manda el tiempo; un tiempo de sueños, un tiempo de implicación, un tiempo de sacrificio, un tiempo de satisfacción; un tiempo de bienvenidas y un tiempo de despedidas; un tiempo de alegrías y un tiempo de tristezas; un tiempo de respeto, un tiempo de admiración, un tiempo de agradecimiento; un tiempo de reencuentros, y un tiempo de ausencias.
Un último tiempo de sincera gratitud, privativo para ustedes por acompañarnos en el paso de un tiempo de 33 años, sin prisas, a 33 revoluciones por minuto (33 r.p.m.).
¡Ah, ya pueden escuchar el disco!