1.- Agua del río
2.- ¡¡Ay, Soledad!!
3.- Y ayer noche, morena
4.- Asómate a la ventana
5.- Despedida de mozos
6.- Sábado de Gloria
7.- Yo amo a Yahvé
8.- Tráeme la hierbabuena
9.- A lo ligero
10.- Pasiegas las de Pisueña

11.- Aires cántabros

Al aire y al sol

El octavo disco del Coro Ronda Altamira de Santander nos invita a un corto viaje en la distancia, que se ha hecho demasiado largo en el tiempo y que éste inexorablemente ha terminado, pudiendo haber finalizado mucho antes si el silencio, los silencios, hubieran restallado como estruendoso trueno, aventando la garganta y esparciendo el corazón, evitando su transcurrir con color de noches negras, con olor a miedo y sabor de soledad.

Nuestros cantos como agua del rio, discurren por las tradiciones más arraigadas, junto a la evocación de fechas de tristes y dolorosos acontecimientos, mitigados al desembocar en un mar de amores.

Es un alegato que, inspirado en el respeto, anonimato e intimidad, rechaza rotundamente la incomprensión y el oscurantismo, relegando incluso hasta el día de hoy, al más absoluto ostracismo a quienes por derecho propio viven fielmente a sus sentimientos.

El Coro Ronda Altamira de Santander, entiende que mantener las tradiciones significa no solo cantar las vivencias de nuestros antepasados, sino también levantar la voz por aquellos que con igual derecho y protagonismo nunca fueron preguntados, más bien, obviados, simplemente, por considerarles distintos.

Así que nosotros una vez más, subiremos a las cumbres más altas, a los Picos de Europa para clamar al aire y al sol, nuestra férrea defensa del fundamental derecho y valor, por nombre, LIBERTAD.

Güelita... ¡¡agüela!!... soy yo, tu nieto... que voy a subir al pueblo.

Ya...ya sé que hace mucho que no nos vemos... pero hablamos a menudo...
Tengo muchas ganas de contarte, tantas y tantas cosas... Como siempre necesito que me escuches, que me aconsejes.
Bueno... un beso... ya hablamos...

 

Este viaje, innumerables veces repetido, me parece más largo que nunca, porque tal vez más que nunca, mi equipaje no fue tan cargado de recuerdos y emociones. Ansío gritar mis silencios cautivos de los miedos, que el tiempo no borró…
No permitiré que mis sentimientos arremansen, los dejaré para siempre, que corran como agua del río.

AGUA DEL RIO


Mi cabeza es un torbellino de imágenes y palabras.
Decir que de tí no me acordaba, morena mía, es faltar a la verdad; aún conservo la carta que me escribiste como testimonio de un primer querer, que el viento se llevó, enarbolando con igual intensidad la querencia en otro corazón, con otro color.
Tu nombre, amor primero, sigue mezclándose con mis momentos de incertidumbre. ¡¡Ay, Soledad!! 

¡¡AY, SOLEDAD!!
 

Como han pasado los años abuela…
Ya no hay fantasmas huidizos de tu cocina con olor a frisuelos, ni natas en las ventanas, que tú me enseñaste a sorber con aquellos badullos, relamiéndome, y que yo compartía como cómplice travesura con aquella niña. 
Cómo han cambiado las cosas, abuela... Hubo un antes y un después, como si fuera ayer, desde aquella noche, porque aquella niña morena que se hizo mujer no se asomó a la ventana, ni comprendió que hurtar las natas dejó de ser un juego, para convertirse en pícara disculpa de un enamorado mozo rondador.
Estoy dispuesto a apartar todos los palos, todas las trancas, que impidan florecer mi vida, al igual que la escalera de tu casa, subiéndola quien la suba, bajándola, quien la baje. 

Y AYER NOCHE, MORENA

ASÓMATE A LA VENTANA


Sentí que era el momento de ausentarme, nadie me llamaba y tampoco nada me reternía.
Nada parecido a la despedida de aquellos mozos, salvo las lágrimas de aquellas madres y novias, y las tuyas, güelita, como si me fuera a la guerra. Nada más lejos de la realidad.

Fui en busca de la mar, de su paz de calma chicha en noches de luna y días de claveles verdes, descubriendo que como yo, también ella sufre y daña.
No quiero que mis lágrimas, ni las de otros ojos, puedan quedar en la memoria eterna, como aquellas que aumentaron sus entrañas, aquel sábado de gloria.

DESPEDIDA DE MOZOS

SÁBADO DE GLORIA


¡¡Aquí estoy, güelita!!
Cada noche tú empezabas y yo te seguía; y con aquellas cuatro esquinitas y un padre nuestro me enseñaste a creer en lo que ni siquiera entendía.
Vengo la Ermita, de cantarle una canción, porque Él también me escucha y me habla.

YO AMO A YAHVÉ


Te he traido la hierbabuena y tus flores favoritas: las azucenas; y en cuanto ponga en orden mis emociones te las contaré y verás que mi vida, cual baile de pasiones, no puede ser pausada. Debo vivirla, por el tiempo perdido, a lo ligero.

TRÁEME LA HIERBABUENA

A LO LIGERO


Estoy convencido, güelita, que nada de lo que te cuente te va a sorprender; a otros... tal vez...
De niño, a ti acudía buscando consuelo para mis infantiles lágrimas, complicidad para mis diabluras y enseñanza y consejo para mis dudas. Y ahora, que ya soy mayor, a tí que me inculcaste respeto, tolerancia y pasión por la vida, una vez más te necesito.
He de gritar que como agua he buscado el río, y no quiero ya encontrar la mar. Otros silencios son las cadenas, pero mía es la prisión.

PASIEGAS LAS DE PISUEÑA.


Mis brazos ya no pueden cobijarte, y mis besos te los acercará el viento. Seguiré escuchándote y hablaremos. Este es mi consejo: Sube a los Picos de Europa, a las cumbres más altas y clámalo al cielo como preludio de felicidad.
Ahora soy yo, quién tiene la necesidad de pedirte algo: Cuando vuelvas a ésta, mi morada postrera, ven con tu equipaje donde no tengan cabida los silencios, los miedos, y si, las ilusiones y las pasiones. Que las únicas cadenas que te aprisionen sean las inherentes a tu libertad.


He llorado, simplemente por una tarde en que la soledad como la lluvia me empapó...
Los ojos me duelen madre, pero me duele más el alma; y no me gusta, cuando callas, porque estás como ausente, no me gusta cuando callas, porque estás como distante.

 

Dijo el poeta: Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
AIRES CÁNTABROS